“Esto es mi cuerpo que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía”
Homilía de monseñor Eduardo Horacio García, obispo de San Justo, en la solemnidad del Corpus Christi (22 de junio de 2019)


Esto es lo que escuchamos en la Palabra. Esto es lo que escuchamos en cada misa, cada domingo, cada vez que participamos.

Recuerden, nos dice Dios a cada uno de nosotros. Podemos creer porque recordamos. La fe del pueblo de Dios se fundó en el recuerdo de las obras que había hecho el mismo Dios en su Historia de Salvación. Y en nuestra historia personal, también, nuestra fe se alimenta de la memoria de lo que el Señor ha hecho y hace por nosotros. La memoria no es simplemente una función, sino que es lo que nos permite permanecer en el amor. Porque “recordar” quiere decir llevar en el corazón. Recordamos, no olvidamos que Dios nos ama y que estamos llamados a amar. Cuando eliminamos los recuerdos sobrevolamos la vida sin esa raíz que nos confirma quiénes somos y hacia dónde vamos.

La celebración de hoy nos recuerda que, en lo cotidiano y tantas veces angustioso de la vida, el Señor sale a nuestro encuentro con el gesto más humano y más divino que podamos imaginar, para que recuperemos la memoria buena, que nos saca del aislamiento y nos abre a la esperanza.

La Eucaristía es la verdad de Jesús: tan humano y, sin embargo, tan divino; tan cercano y, al mismo tiempo, tan misterioso; tan sencillo y, a la vez, tan inabarcable. Aquél que, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios. Al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos.

Cada Eucaristía pone delante nuestro el empecinamiento de Dios, que quiere acercarse a nosotros, tanto pero tanto, para que podamos verlo con nuestros ojos, escucharlo con nuestros propios oídos, tocarlo con nuestras propias manos. Tan cerca, que no exista, entre nosotros y Él, nada que nos separe, nada que nos divida, nada que nos distancie.

Corpus, memorial de la pasión de Jesús, no es un recuerdo vago, abstracto, frío, intelectual o simplemente rutinario o litúrgico. No es algo que pasó, sino que es la memoria vida del amor de Dios.

Celebrar la Eucaristía es vivir la fe desde la memoria agradecida, porque nos reconocemos hijos amados y bendecidos por el Padre. Memoria agradecida porque el amor compasivo de Jesús, hecho perdón y caricia, sana nuestras heridas y nos levanta, una y otra vez. Memoria agradecida porque sabemos que, a pesar de las dificultades, el Espíritu vive en nosotros y nos arranca del sinsentido y nos empuja al desafío de construir su Reino. Memoria agradecida porque no estamos solos, sino que por Él, con Él y en Él, somos un cuerpo, un Pueblo, porque el Pan es uno y nosotros, siendo muchos, formamos un sólo cuerpo, pues todos comemos de un mismo pan.

Recibir la Eucaristía es aprender a conjugar siempre en primera persona del plural. El “yo” se cambia por el “nosotros”. Vivimos con un nuevo ADN que busca y crea la unidad. Y cómo necesitamos recuperar como pueblo nuestra conciencia y nuestra dignidad, justamente de eso, que somos un pueblo, que caminamos juntos, que vivimos unidos. Vinimos hoy aquí, como pueblo de Dios, y vinimos para hacer memoria. En la memoria Eucarística está todo el estilo y modo de las palabras y los gestos de Jesús: el estilo de su paso misionero, solidario y salvador; el modo de su Espíritu que no se conforma con que las cosas sigan como siempre, sino que nos une con Aquél que hace nuevas todas las cosas. Recibiéndola, se graba en nuestro corazón la certeza de ser amados por él y se nos da la fuerza de amar, también, como Él.

Por eso, en este Corpus, en el que celebramos con memoria agradecida como Pueblo de Dios que camina en San Justo su presencia, nos abrimos a la esperanza y queremos iniciar la celebración de los 50 años de nuestra diócesis; queremos contemplar nuestra historia, hacer memoria, contemplarla desde el presente con gratitud, esa gratitud que nos despeje la mirada para animarnos al futuro con esperanza.

No podemos dejar de dar gracias por tantos hombres y mujeres que están en nuestros orígenes y en nuestra historia, y que han estregado sus vidas al servicio del Reino en esta Iglesia particular. Hombres y mujeres que a lo largo de estos 50 años llevan en su corazón la semilla de fe sembrada por obispos, sacerdotes, religiosas, religiosos, catequistas y evangelizadores. Todos ellos, en el pueblo de Dios, como diría el Papa, son los “santos de la puerta de al lado”, santos anónimos, pero santos, que con sus buenas obras pueden transformar su entorno haciéndolo más cristiano y más humano. Son aquellas personas cuyo ejemplo de vida toca el corazón de todos y hace más creíble el anuncio de la Iglesia.

Y en estos 50 años, en esta celebración con la responsabilidad de esta historia, de esta memoria, de este bagaje, la celebración del jubileo nos pone de cara al futuro ante un gran desafío: estar atentos a los signos de los tiempos, para descubrir hoy y aquí cómo ser Iglesia en San Justo: Iglesia viva, no simplemente un baúl de recuerdos; Iglesia pobre para los pobres; Iglesia en la calle, compartiendo la vida de los hombres y mujeres de nuestro Pueblo, sus angustias, sus esperanzas, sus gozos, acercándoles el amor de Dios que da sentido a la vida; Iglesia que, siguiendo el estilo y el modo del maestro, se hace servidora, sin asco, sin miedo, sin prejuicios; Iglesia, Pueblo de Dios en medio del pueblo, que con la fidelidad que brota de la memoria agradecida y con la esperanza que nos viene de sabernos llamados y sostenidos por Dios en la misión, camina y avanza con alegría.

Pidamos en este día, al Señor que nos reúne, que nos une, que a muchos de ustedes los hizo caminar durante un largo rato como Pueblo que peregrina. Y es un signo lindo de que caminamos y venimos al encuentro del Señor unidos, realmente, como familia. Que no simplemente venimos a hacer un copetín y un vermú de paso, sino que venimos y caminamos y vamos hacia el Señor.

Que estos 50 años que comenzamos a festejar no sean simplemente para mirar para atrás, sino mirar para atrás para agradecer, pero para que esa mirada nos dé el empujón para seguir adelante y poder, realmente, renovar nuestra fe y sea éste signo de esperanza, de alegría, de gozo del Señor que camina en medio de su Pueblo, en medio de esta diócesis.

¡Feliz día de Corpus, feliz inicio de nuestro jubileo y gracias por todo!

Mons. Eduardo Horacio García, obispo de San Justo