Día
de la Independencia - La Patria no está muerta, duerme…
Reflexión de monseñor Eduardo García, obispo de San Justo y a
asesor nacional de la Acción Católica (1 de julio de 2019)
Hoy miramos con dolor a nuestra Patria no es solamente porque la devaluación
monetaria es grande, sino porque constatamos que la devaluación de esa riqueza
espiritual es más grande todavía. Sin embargo, la fe no nos clausura para querer
encender una llama de esperanza.
Como en el caso de la Hija de Jairo (Marcos 5, 21-43), todos lloraban y
consolaban a los padres, pero nadie se hacía cargo de la muerta; hoy también
podríamos hacer lo mismo. Tomar lo que nos pasa como una fatalidad, hacer como
si nada pasara, decir palabras por compromiso, pero sin hacernos cargo de la
muerta.
También hoy, muchos dicen que la Patria está muerta. ¿Será así?
Y sí, así parece. Los argentinos, cada uno y cada grupo, en cuanto integrante
del tejido social, tenemos que tener la valentía y la humilde sinceridad de
mirarnos y examinarnos para poder tomar conciencia de la proyección comunitaria
de nuestros actos. Todos los grupos más significativos de la vida argentina, sin
excepción, necesitamos hacer este examen: las asociaciones profesionales, los
partidos políticos, las fuerzas del orden, los gremios, las mismas comunidades
cristianas y sus ministros para descubrir, en nuestro camino como pueblo, en qué
punto perdimos el rumbo y como resultado dejamos de ser una nación seria en el
concierto internacional; se cortó nuestro progreso humano, republicano, cultural
y social a tal punto que producimos asombro y perplejidad porque, no se puede
entender cómo, con el potencial de recursos humanos y materiales que poseemos,
hayamos caído en este pozo tan oscuro.
Quizás la banalidad tomó el lugar de la riqueza espiritual, lo mediático
suplantó a lo real, el zafar al crecer, la cultura del todo por dos pesos a la
búsqueda genuina de valores, los personajes candidateables a las plataformas, la
verdadera confrontación política y necesaria para incentivar y sacar lo mejor de
cada uno a un “titanes en el ring”, donde en la pantalla chica hacen que se
pelean y provocan hinchada mientras que atrás de decorados se ríen de la
ingenuidad de los espectadores.
Mirarnos con sinceridad es pensar si realmente el bien común es el inspirador de
todo comportamiento social. ¿O fue suprimido por la conveniencia individual o
del grupo que logra cierto poder en cualquier lugar? ¿Ya desechamos
automáticamente el perverso enunciado de que “el fin justifica los medios”? ¿O
tal vez ese falso principio se ha adueñado de nuestros hábitos y conciencia
social?
El tango Cambalache terminó, lamentablemente, siendo profético: da lo mismo el
que labura día y noche como un gil… no pienses más, echate a un lado que a nadie
importa si naciste honrado…
Para no seguir llorando a la muerta sin hacernos cargo, reconozcamos con
sinceridad qué es lo que mata a la Patria.
Sin lugar a dudas mata a la Patria la anorexia espiritual en la que nos hemos
ido sumergiendo.
Mata a la Patria la soberbia de creernos el ombligo del mundo, la de cada uno
pensándonos el ombligo de la historia y de la sociedad. El mundo ya no recuerda
“al gran pueblo argentino salud” sino más bien se ha inmortalizado: “No llores
por mí, Argentina…”.
Mata a la Patria la soberbia que da el poder económico, real, casual o mal
habido y que, por tenerlos, nos creemos indestructibles o lo que es peor:
inteligentes. Podemos tener poder, pero no inteligencia ni sensibilidad social
para trabajar efectivamente por el bien común.
Mata a la Patria renegar de nuestras raíces y empecinarnos en un “esnobismo
existencial” que rechaza los grandes principios humanistas que dan solidez a la
vida y embobarnos con ejemplos importados que han llevado tanto económica como
moralmente a muchas naciones “del otro mundo” a vivir en una en un “anarquía
conceptual y de valores” que pone a sus hombres y mujeres al borde del suicidio.
Mata a la Patria la idea de la política como espacio para tener poder y restar o
dar poder a otros. Esta idea de política extendida en el mundo global, del cual
no estamos inmunes; y es precisamente la que nos tiene estancados desde hace
décadas en una profunda crisis de la que no podemos salir. La política no es un
lugar del egoísmo, del enriquecimiento, de doblegar a los enemigos, de imponer
mi voluntad como dictadura democrática. No. Es el más noble oficio de un ser
humano porque es la responsabilidad a favor del bien común, del pueblo.
Mata a la Patria haber confundido patriotismo con patrioterismo. El patriotismo
es una de las máximas virtudes cívicas sin la cual es difícil sostener la
solidaridad social. Su raíz es el amor a la tierra de nuestros padres, hermanos,
hijos, amigos, en fin, a cuanto incluye la palabra familia. Es el amor a nuestra
cultura, a cuanto significa nuestra historia en su gran diversidad. Implica el
respeto a nuestras tradiciones, para poder asimilar las buenas novedades que nos
permitan ser una mejor sociedad. Es la convicción de que, sólo purificando el
valor de la vida, la libertad y la justicia podremos salir adelante de cuanto
reto enfrentemos.
El patrioterismo es la manipulación de los sentimientos patrios, con la
intención de dominar a la sociedad utilizando sus legítimas demandas. Es un
discurso que exalta las emociones en detrimento de las razones. Es una ideología
barata; es, ante todo, un chamuyo autoritario pues convierte a las personas que
disienten en enemigos “del auténtico pueblo”, por lo que deben ser calladas,
mediatizadas e, incluso, destruidas por muerte social o efectiva.
Los verdaderos patriotas son los millones de argentinos que no aflojan en la
búsqueda de mejores condiciones de vida para sus familias, los que trabajan día
a día para llevar el pan a sus hijos con salarios de hambre, la corrupción y el
crimen cotidiano. Son la gente sencilla que conforma la sociedad civil, siempre
saboteada por quienes usan los instrumentos de dominación para su personal
beneficio. La Patria, como la han resumido los poetas y los cantantes, se
encuentra en miles de cosas cotidianas.
Pero, siguiendo la lógica del Evangelio, la Patria no está muerta, duerme; y,
como Jesús, para darle vida tenemos que acercarnos con amor, tenderle la mano y
avisar a los encargados que hay que darle de comer.
Acercarnos a ella buscando ese rescoldo espiritual que nos anime a generar una
nueva mentalidad, un clima político, cultural y social que desde todos los
ámbitos posibles comience a promover diálogo y encuentro a pesar de las más
hondas diferencias, de modo que se construyan puentes y oportunidades para que
los diferentes sectores y actores de la sociedad se encuentren y aprendan a
escucharse y a reconocer las necesidades, aspiraciones, inclinaciones, de los
otros y, especialmente, de aquellos que histórica o circunstancialmente aparecen
como opuestos o excluyentes.
La Patria no está muerta, duerme. Necesitamos acercarnos a ella respetuosamente
dejando de lado los oscuros intereses ideológicos y corporativos que en muchos
casos se han afianzado de manera muy perversa en el corazón de muchos
ciudadanos, para comenzar a entrenar actores sociales generosos desde la
infancia y la adolescencia para que sean ciudadanos con valores bien fundados,
sólida formación plural, no sectorizada, ni clasista ni ideologizada, personas
con una mirada social amplia que los haga protagonistas y constructores de una
cultura del encuentro desde una diversidad reconciliada.
Igual que la niña del evangelio, a nuestra Patria hay que darle de comer.
San Justo, 1 de julio de 2019.
Mons. Eduardo García, obispo de San Justo
Fuente: AICA