Mensaje de Navidad de Monseñor Eduardo García,
Obispo de San Justo.
Navidad 2018
“María dio a luz a su Hijo primogénito,
lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre,
porque no había lugar para ellos en la posada”
Cada año armamos el pesebre, y si bien tratamos de renovarlo poniéndole luces y
adornos nuevos y más coloridos o brillantes, el pesebre siempre seguirá siendo
“pesebre”: una cueva de animales, un lugar decididamente pobre donde cada uno
vale por lo que es y lo que puede brindar; ésta realidad es maravillosa porque
el pesebre no admite disfraces y es precisamente la sencillez de la escena la
que mueve nuestro corazón una y otra vez llamándonos a la ternura, al
reconocimiento de un Dios que ama la Vida y la abraza, así como viene. Dios no
se deja engañar por el brillo y lo majestuoso, Dios elige “la periferia”, sí, la
periferia de la ciudad de Belén y la “periferia existencial” de los pobres y
marginados de ese momento para manifestarse al mundo y para que ningún brillo
desvíe la mirada de lo auténticamente esencial y verdadero.
Y así Dios lleva a cabo este sueño desde María, una mujer creyente y arraigada
en la esperanza de su pueblo que tuvo el coraje de confiar en Él y apostar a la
Vida a pesar de que todo se lo podía venir en contra. Y también lo hace con
José, el hombre bueno y sincero que prefirió creerle a Dios antes que a sus
dudas y a lo que podían pensar los demás. Así Dios se nos revela en el amor y la
generosidad de una sencilla pareja creyente, que no mide fuerzas ni riesgos
porque sabe que sus vidas valen y que toda vida que viene de Dios, “vale”. No
precisaron cámaras, flyers, manifiestos reivindicatorios, ni lugares de poder
para cambiar la historia, ¡Y realmente la cambiaron! porque hoy, pasados más de
dos mil años, el pesebre nos sigue hablando de amor, de ternura, de sencillez,
de familia, de alegría serena y verdadera. Arriesgaron a dejar sus “lugares de
seguridad” y no fueron defraudados; la vaca, el buey, el asno, los rebaños y los
pastores se encargaron junto con ellos de cuidar “la Vida”. ¡Dios anda por
caminos inesperados!
Acerquémonos despacio al pesebre,
animémonos a contemplarlo como aquellos pobres pastores que vivían, como tantos
hermanos nuestros, al desamparo de los hombres, pero al amparo de Dios; y
dejemos que nos invada la sorpresa, permitiéndole a Dios que se nos manifieste
hoy a nosotros.
Animémonos a mirar este niño pequeño tan necesitado de calor, de abrazo y de
cuidado, y que brote de nuestro corazón lo mejor de nosotros mismos. Que nuestra
propia capacidad de ternura también nos sorprenda, porque ahí Dios también se
está manifestando.
Esta sorpresa también puede
transformarse en noticia buena: Dios está al alcance de todos los que se atreven
a no sentirse tan seguros, a dejarse cuidar por Dios y por los hermanos, a no
renegar de la propia vida ni de la de los otros, sino a dar gracias. Gratitud
como la de aquellos pastores que contaron “lo que habían visto pero sobre todo
lo que a ellos les había ocurrido”.
También nosotros, pueblo de Dios que
peregrina en San Justo tenemos algo para contar. Éste puede ser el llamado que
esta Navidad nos hace. Nuestra fe tiene algo que “anunciar” a tantos hombres y
mujeres “que caminan en tinieblas y sombras de muerte”.
Que muchos, que muy cerca de nosotros
viven y experimentan la “periferia de la vida”, puedan encontrar en nuestra
cercanía una presencia que les hable de Dios que los ama, de Dios que es
ternura, amigo de la vida y viene a nosotros, a todos, a cada uno, para darnos
vida y vida en abundancia, para hacernos felices. Que acercándonos al Dios que
late en el corazón de cada vida podamos, no sin sorpresa y de un modo vital,
descubrir cómo ser Iglesia en San Justo, testigos de una alegría que es
“esperanza para todo el pueblo”.
Que el Señor nos bendiga, nos de la
paz. Que la Virgen Madre de Dios y san José nos enseñen a amar y cuidar a Jesús
que vive en nosotros.
Monseñor Eduardo García
Obispo de San Justo
Fuente:
https://www.facebook.com/P.Comunicacion.SanJusto/